EXPERIENCIAS

MI PARTO INDUCIDO:parte I

Por fin, ha llegado el post que prometí. Me ha costado escribirlo, pero aquí está la primera parte.

No fue el parto que esperaba, ni el que soñaba cuando inicié este viaje, pero las cosas no siempre salen como queremos. Había salido huyendo de un hospital porque querían programarme una cesárea y sin darme cuenta ingresaba voluntariamente en otro para un parto inducido.

Tres días antes, en uno de los controles descubrieron que la placenta había dejado de funcionar correctamente, estábamos en la semana 36+2. La ginecóloga fue muy clara. había que provocar el parto cuanto antes. Mi bebé era considerado un  CIR y ya no crecía. Todavía recuerdo el sentimiento de vértigo. Por mi problema de salud, un Arnold Chiari de tipo 1, me indicaron que no insistirían en exceso en un parto vaginal, que si el parto no avanzaba me harían una cesárea. Algo que se quedó grabado y que la doctora repitió un par de veces fue lo siguiente: que ingreses el viernes no significa que tu hijo nazca el viernes. Me hubiera gustado que hubiese sido más clara porque no entendía muy bien qué quería decir. Más tarde lo entendí el parto sería muyyyyyyy largo. Y vaya si lo fue.

Recuerdo los siguientes días con cierta nebulosa. Había que organizar las últimas cosas para la llegada del bebé, revisar la bolsa que íbamos a llevar, preparar su ropita, montar la cuna, etc. Con la perspectiva del tiempo y sabiendo lo que sé ahora, no le hubiese dado tanta importancia a esos detalles. El día antes fuimos a monitores, todo estaba igual, al menos no había empeorado. Me dejaron volver a casa y me indicaron que debía ingresar por urgencias al día siguiente a las ocho de la mañana.

Me preocupaba que mi niño no estuviese bien, sin embargo, él se movía como de costumbre. Durante el embarazo le había hablado constantemente, así que no me costó trabajo explicarle con palabras lo que iba a pasar. Aunque no pudiese entenderme para mí era muy importante que lo supiese.

Con respecto al papá, no sé si estaba más aterrado que nervioso. Para alguien que se marea con la sangre plantearse estar en un parto es muy valiente. Habíamos hablado mucho sobre ello y aunque él en un principio era reticente pronto entendió que lo necesitaba a él y sólo a él a mi lado. El pobre se puso a ver partos por internet para prepararse para el momento porque decidió estar con nosotros en ese momento.

Pasé el resto del día intentando relajarme, me di un baño, revise las bolsas del hospital, la documentación e hice algunas llamadas. Una cuestión espinosa era si avisar o no a la familia. Decidí no hacerlo, no quería angustiar a mi madre y no deseaba tener a todo el mundo pendiente de mí. Una de mis hermanas fue mi cómplice, y eso porque me acompañó al hospital, si no tampoco la hubiese dicho nada. Debo reconocer que mi familia aún sigue enfadada, pero no me arrepiento.

Deseaba tranquilidad, estar concentrada en lo importante, traer a mi hijo al mundo. No distraerme preocupándome de lo que pasase en la sala de espera. Otro motivo fundamental para mí era no tener la habitación llena de gente cuando subiese a planta. Todo el mundo tiene las mejores intenciones pero, seamos sinceras, no es lo que más apetece inmediatamente después de un parto. Además necesitaba calma para que mi bebé se agarrase al pecho e iniciar nuestra lactancia.

Había imaginado muchas veces ese momento, cuando los tres juntos ya en la habitación iniciásemos nuestra andadura como familia. Puedo seguir hablando de lo que imaginaba y no sucedió. Porque nada salió como habíamos planeado.

El viernes nos levantamos a las seis y poco antes de marcharnos me eché a llorar desconsoladamente. ¿Por qué lloraba? Aún no lo sé.  Supongo que era una forma de sacar la tensión acumulada y por qué no, de despedirme de mi embarazo. Fue curativo, porque me dio valor y fuerza para enfrentar lo que estaba por llegar. Iba a ser un parto instrumentalizado sí o sí, una inducción no suena muy natural y desde luego no lo fue.

Iba mentalizada para todo y el dolor era lo de menos porque lo compensaba el tener a mi peque en los brazos. Poco antes de las ocho estábamos allí ingresando por urgencias. Mi pareja se quedo fuera y a mí me trasladaron a una sala con monitores donde había otras embarazadas como yo. La primera matrona que me atendió fue un encanto. Era su primer día en ese hospital y yo su primera paciente. Da la casualidad de que venía del hospital del que yo me había cambiado. Estuvimos un rato hablando de ello y me explicó que una de sus razones para pedir el traslado era que allí los partos eran en su mayoría patológicos y estaban muy instrumentalizados.

Me explicó cuál era el plan: gel  de Prostaglandinas para dilatarme el cuello del útero y a esperar. Pregunté por la oxitocina y me dijo que lo más probable es que se me pautase al día siguiente. Agradecí sus aclaraciones porque en adelante nadie nos daría más explicaciones, a pesar de que mi pareja se hartó de preguntar según avanzaba el parto. Más tarde me trasladaron a una sala de dilatación, pasé la mayor parte del día en urgencias porque no había camas pero al menos mi chico pudo estar a mi lado.

Empezábamos el proceso con el cuello borrado en un 50% y un centímetro de dilatación, menos es nada. Aunque había traído alguna cosa para entretenerme, el tiempo se nos pasó volando y por la tarde nos mandaron a planta. Lamenté después no haber aprovechado ese tiempo para dormir, porque la noche que nos esperaba era movidita. Ya tenía contracciones y aunque no eran muy seguidas, sí eran dolorosas.

Me subieron la cena y creímos que no pasaría nada nuevo hasta el día siguiente. Pues no. Como a las once de la noche cuando mi chico me estaba ayudando a ducharme llamaron a la puerta. Teníamos que bajar a monitores. Pensamos que sería un rato y que enseguida volveríamos a la habitación. ¡Qué equivocados estábamos!

Próximamente el desenlace….

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